Solo tenía 7 años cuando me cogieron sola en la frontera guatemalteca. Tenía tanto miedo que pensé que moriría. Cuando las bandas se instalaron en mi pueblo, se volvió violento y peligroso. Mi madre se marchó con la esperanza de tener una vida mejor en Estados Unidos.
Trabajó 3 años como emigrante recogiendo verduras para cumplir su promesa de traerme con ella. Pagó 2.000 dólares a mi guía para que me pasara de contrabando por la frontera.
Me maltrataba y me obligaba a caminar día y noche sin comida ni agua. Cuando las autoridades se enteraron de que estábamos cerca de la frontera e intentábamos cruzar empezaron a perseguirnos, el guía me abandonó porque yo era demasiado lenta y débil para seguirle el ritmo. Estoy cansada de pasar hambre y miedo. Echo de menos a mi madre y no sé si volveré a verla.